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A la vuelta de la esquina. Relatos de racismo y opresión 
Eduardo Romero, editorial Cambalache
"No hace falta ir a Senegal ni a Mauritania ni a Iraq; ni seguir las migas de sangre -a la inversa que en los cuentos- hasta el corazón del bosque. El corazón está aquí.

La colonia está aquí. A veces viajamos muy lejos, recorremos enormes distancias, para no tener que doblar la esquina.

A veces corremos grandes riesgos, vibrantes aventuras al igual y al revés que los
inmigrantes- para ignorar trabajosamente la realidad.

El libro de Eduardo Romero hace exactamente lo contrario:

desde Asturias, desde la ciudad de Oviedo, reproduce todo el mecanismo “negrero”, los trayectos individuales, las estructuras económicas, la violencia institucional, los acomodos simbólicos que sitúan a España, y a Europa entera, al margen del Derecho Internacional y fuera del marco de las naciones civilizadas"
Del prólogo de Santiago Alba Rico
II
L. y sus compañeros participaban aquella tarde en una protesta antirracista y antifascista porque, minutos después, Democracia Nacional se iba a manifestar –con permiso de la Delegación de Gobierno– en aquella plaza de Cangas.

Este partido tiene un lema muy democrático: Los españoles, primero.

Todo español (y, por extensión, todo ciudadano de la UE) debe tener prioridad para cualquier puesto de trabajo o beneficio social.

Además, la política migratoria –defiende Democracia Nacional– debe cortar radicalmente, de una vez y para siempre, la invasión de legiones de inmigrantes indocumentados.

Fuerzas policiales, fuerzas armadas, servicios de inteligencia y sistemas electrónicos, así como una legislación de emergencia que facilite las repatriaciones y desactive el efecto llamada, deben ser puestos en marcha para bloquear la invasión de ilegales.

Con ello se pretende evitar la amenaza de modificación sustancial de la identidad nacional, cultural y social española.
En sus 58 medidas para contener la inmigración desactivar el efecto llamada,

Democracia Nacional propone, entre otras iniciativas, la expulsión inmediata de todas las personas sin papeles.

Mamadou, al que la empresa española Pescanova arruinó al agotar los caladeros donde pescaba;

Mamadou, que pasó doce días en una patera a la deriva;

Mamadou, que sufrió el confinamiento durante cuarenta días en un Centro de

Internamiento de Extranjeros; Mamadou, que tiene tres hijas cuya única esperanza es el dinero que su pad
re envíe desde Europa;

Mamadou deberá ser expulsado.
Para quienes tienen permiso de trabajo y residencia, la propuesta es una condena eterna a la provisionalidad: cada año, durante toda una vida, Jimena tendrá que renovar su permiso de trabajo y residencia.

Si pasa noventa días sin cotizar, deberá ser expulsada.

Abdul, que lleva veintidós años en Asturias, dieciocho de ellos trabajando en la construcción, y que ha sido recientemente despedido, deberá ser expulsado en el momento que se le termine el paro.

Vanina, cuidadora de ancianos y niñas en los dos últimos años, tuvo que ir al hospital debido a un dolor abdominal.

Tiene apendicitis y la van a operar. Como no tiene papeles, deberá ser expulsada en cuanto reciba el alta.
Leila, que ayer participó en una concentración contra la Directiva de la Vergüenza, deberá ser expulsada por reivindicar derechos no contemplados en la legislación de extranjería.

Ousmane, que al parecer defiende planteamientos políticos o religiosos contrarios al ordenamiento jurídico, deberá ser expulsado.

Said, que robó cinco euros para comprar un poco de comida, deberá ser expulsado, como cualquier inmigrante que cometa un delito.

Soufián, que no ha robado nada pero ha sido acusado de ello, deberá tener un juicio rápido y será encerrado mientras tanto –sin posibilidad de libertad bajo fianza– por el hecho de ser inmigrante.
Si en el barrio de Pumarín –si en cualquier barrio– o en la ciudad de Oviedo –en cualquier ciudad– se concentra más de un diez por ciento de población inmigrante, el barrio o municipio quedará cerrado para la instalación de nuevos inmigrantes.

Irina sufrirá una vigilancia especial por parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, ya que su nacionalidad se relaciona con especiales tasas de delincuencia.

Si queda estadísticamente demostrada una mayor conflictividad por causas de la nacionalidad, se podrá llegar a la prohibición total de entrada a España para, pongamos por caso, cualquier persona por el hecho de ser húngara, peruana o burkinabé.
III
Más preocupante que el hecho de que un 0,08 por ciento del electorado asturiano apoye el racismo ultraderechista –un 0,05 por ciento en el Estado español–, es que el fascismo institucional crezca y se normalice.

El PSOE y el PP compiten entre sí para ver cuál es el gobierno que detiene, encierra y expulsa a más inmigrantes sin papeles.

La policía nacional –dirigida en Asturias por el socialista Antonio Trevín desde su Delegación del Gobierno– y la policía local de Oviedo –feudo eterno del PP– compiten en brutalidad en el tratamiento a las personas inmigrantes.

Un plácido paseo por las calles de Oviedo ofrece patadas a los manteros que venden en la calle Doctor Casal o palizas hasta la inconsciencia a senegaleses que pasan la mañana del domingo sentados en un banco de El Campillín.

Si pudiéramos darnos una vuelta por la comisaría de la policía nacional –a tenor de los testimonios de las miles de personas inmigrantes que han pasado por ella– nos encontraríamos humillaciones constantes y continuas detenciones y procedimientos de expulsión.
L. se manifestaba en Cangas por los derechos de Mamadou, de Jimena, de Abdul, de Vanina, de Leila, de Ousmane, de Said, de Soufián, de Irina.

Desgraciadamente –trágicamente– su compromiso es una excepción en una sociedad que permite que la policía entre en el portal de al lado a llevarse a sus vecinos. Quizás por ello las instituciones quieren extirpar de raíz cualquier signo de resistencia.

Quizás por ello no se conforman con haberles apaleado y pretenden imponer un castigo ejemplarizante. Treinta y cinco años de cárcel para que nadie se atreva a moverse.

Treinta y cinco años de cárcel para que el racismo y el fascismo sigan campando impunemente. Treinta y cinco años de cárcel como invitación al silencio.
Extraído de A la vuelta de la esquina. Relatos de racismo y opresión, por Eduardo Romero.

Edita Cambalache. Oviedo, 2008 (pp. 120-123)
 

¿Qué es Cambalache?
Fue en el otoño de 2002, después de un tiempo de reflexión y de ir poniendo en común unas cuantas ideas, cuando “aterrizamos” en el local cambalache, un lugar de encuentro, de trabajo y aprendizaje colectivo.

Veníamos del movimiento estudiantil universitario, hartas de un modelo educativo que nos preparaba para insertarnos en el mercado sin hacer preguntas.
Desde el principio teníamos claras unas pocas cosas –que con el tiempo han ido cambiando, madurando y transformándose–;

lo demás tendría que ir llegando con el trabajo cotidiano y con las prácticas, ideas y propuestas de otras muchas personas que, a lo largo de estos años, se han incorporado a Cambalache y han ido dando forma a aquellas primeras ilusiones que llenaban nuestras cabezas.
Porque siempre hemos sido eso: un proyecto en construcción, que busca a otras y otros para ir avanzando.

¿Hacia dónde? Muchas veces, ante la heterogeneidad de prácticas y de planteamientos políticos incluidos en la asociación, es difícil concretarlo.

Lo que sí sabíamos entonces y seguimos manteniendo ahora es que es necesario actuar para cambiar todo aquello que nos aleja de las demás, que nos convierte en individuos aislados, que nos hace creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que es mejor levantar muros y barreras para que nada ajeno nos roce.
Queríamos, queremos, contaminarnos de lo ajeno, sentirnos afectadas por lo que ocurre a nuestro alrededor, en nuestro barrio, ciudad, tierra; pero también por lo que trasciende nuestra vida cotidiana.

Queremos decidir, pero entre todas, escuchando todas las voces, los acentos y los matices.

Queremos aprender y construir, porque sabemos que es posible, que muchas otras como nosotras —con pasos pequeños pero firmes— han ido construyendo otras formas de vivir y de relacionarnos.

¿Qué señalaríamos de Cambalache?

¿Qué nos caracteriza, para bien y para mal?

Quizás la diversidad de un proyecto donde caben muchos: diferentes líneas de trabajo político colectivo, una editorial, una librería, un grupo de consumo responsable…

Y todo ello a la vez, con la intención de que cada uno de los ámbitos de Cambalache alimente y fortalezca a los demás.

La transversalidad de las líneas de trabajo, la intención de ser más que una mera suma de proyectos, es un planteamiento que, en la práctica, siempre es incompleto, contradictorio, incluso muchas veces frustrante.

Pero consideramos que, con toda su dificultad, la interrelación entre las diferentes partes de Cambalache es una perspectiva que no podemos perder.
Nuestra concepción de la educación no es la que sufrimos en la universidad (o en la escuela).

Buscamos otras fuentes, otros referentes, y hace tiempo nos encontramos con la Educación Popular, de la que rescatamos una serie de propuestas.

Así, tratamos de trabajar por una educación con una perspectiva fundamentalmente comunitaria, con inserción en el barrio, en la ciudad, en el territorio;

una educación entendida como un proceso de construcción colectiva del conocimiento, de autoorganización hacia una democracia real y directa;

una educación que, frente al individualismo y la competitividad generalizada, nos permita reconocernos como seres interdependientes, en busca de otras formas de relacionarnos, de cuidarnos, de darnos afectos, autoridad y protagonismo, así como de atender a nuestras diferencias.
Consideramos que no es posible combatir la globalización capitalista sin entablar luchas enraizadas en nuestras realidades locales.

Además, consideramos que hacer política no nos implica sólo a nivel del discurso, del debate puramente “ideológico”.

Por ello, las diversas iniciativas que conviven y se entrelazan en Cambalache comparten una característica común:
hacer política a partir de prácticas concretas que pretenden transformar las relaciones sociales aquí y ahora.

 
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