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Mandeep Dhillon, en Rebelión - Sábado.2 de mayo de 2009

Las Mujeres Creando Comunidad de Bolivia usan el ejemplo de un cuerpo integral para explicar el concepto del feminismo y su importancia en nuestras comunidades –cuales sean: el pueblo, el barrio o el colectivo. Dicen que el cuerpo entero representa a la comunidad. La mitad es la fuerza, la sabiduría, y las capacidades de los varones de la comunidad. La otra mitad está hecha por la fuerza, la sabiduría y las capacidades de las mujeres. El cuerpo no se puede cortar en dos partes porque así muere la comunidad. Pero si un lado del cuerpo es más debil que el otro, tampoco puede funcionar bien. Si tapamos un ojo, si detenemos un brazo, si una pierna no se mueve bien o está forzada a seguir exactamente los mismos movimientos de la otra pierna, el cuerpo no camina bien, camina más lentamente, se cae, no logra sus objetivos fácilmente. Cada lado del cuerpo se mueve y trabaja de una forma distinta, pero sólo trabajando juntos puede caminar, correr y también resistir.

Como compañeras que participamos creando los movimientos sociales, nos enfrentamos a varias barreras. Compartimos los espacios de lucha y trabajo con nuestros compañeros, pero obviamente seguimos teniendo que luchar desde adentro de esos espacios para ser reconocidas y respetadas. Aunque tengamos presencia en espacios libertarios, socialistas o progresistas –en muchos momentos se queda nuestra participación a un nivel marginal; es decir, nuestras experiencias como mujeres, nuestra visión, nuestras necesidades y exigencias, no son tomadas en cuenta, no dan forma a la manera que tienen nuestros compañeros de relacionarse, el tipo de organización que tengamos ni el movimiento que vayamos construyendo.

Al mismo tiempo, los intentos de ir desafiando el machismo dentro del movimiento se quedan muchas veces en debates polarizados –crean víctimas y monstruos en lugar de un esfuerzo común para acabar con un enemigo común. Muchas veces encontramos una apertura ideológica superficial, (por ejemplo, incluir un análisis anti-patriarcal en nuestros principios, incluir a mujeres en nuestros colectivos, hasta tener sectores de mujeres en nuestros movimientos) pero no realmente una apertura concreta en la cual honramos las experiencias de las mujeres en lugar de debatir por horas si tienen ellas razón en denunciar actos particulares como machismo. No creamos un espacio en el cual nuestra política anti-sexista se aplique en nuestras relaciones personales o en el cual el machismo pueda ser abiertamente y activamente identificado y discutido de forma colectiva. Así las denuncias del machismo se convierten en acusasiones y castigos, pero no en un entendimiento o compromiso colectivo. Hay que destacar que este problema vive en las actitudes y los comportamientos que nos parecen ser los más normales, inofensivos y muchas veces invisibles. Por esto, realizar un cambio no es trabajo fácil. No pide que acabemos con la masculinidad. Lo que pide es abrirnos, dejarnos ser vulnerables, identificar los procesos que nos socializaron a aceptar el machismo como la forma de vida, escucharnos y querer cambiar. Parte de esto es también empezar a hablar de como el machismo ha formado, dañado y quebrado a los hombres.

Dice Bell Hooks, una escritora y maestra anti-capitalista y anti-patriarcal de la comunidad negra en los Estados Unidos: “Para mí, el perdón y la compasión siempre están vinculados: ¿cómo hacer responsables a la gente por hacer el mal y al mismo tiempo mantenerse en contacto suficientemente con su humanidad para creer en su capacidad de ser transformados?”

Este proceso de transformación necesita la participación activa de mujeres y hombres y al mismo tiempo un respeto grande hacia las experiencias de las mujeres que sufren los golpes del patriarcado de una manera constante; ni en sus espacios progresistas encuentran un descanso de esa opresión. Obviamente, las mujeres también propagan el machismo con la diferencia que los que se quedan con los privilegios y beneficios son los hombres. Sin embargo, sin tomar en cuenta la experiencia de ambos, no lograremos entender como el patriarcado forma a nuestros compañeros ni como romper ese círculo dañoso que va creando a los actores machistas de la próxima generación –nuestros hijos– y asegura que el capitalismo permanezca. Hay una urgencia de acabar con esa opresión sistémica que las mujeres, nosotras, sentimos día tras día al nivel físico y emocional. Nosotras no tenemos el privilegio de ignorar esa urgencia con pretextos de “no tener tiempo o energía”, “tener cosas más importantes que hacer” o simplemente pensar que el patriarcado existe “ahí afuera” pero no en nuestras vidas. Esta urgencia nace y va creciendo en cada momento que estamos siendo humilladas, golpeadas, violadas, tratadas de ignorantes, cada vez que se nos niega el derecho a un aborto, cada vez que se nos acusa de ser sectarias por querer hablar del machismo en una reunión, cada vez que un compañero luchador nos silencia o nos trata de objeto en la casa mientras que se diga anti-patriarcal en las reuniones, cada vez que se espera que nosotras proveamos apoyo emocional pero se nos llama histéricas o débiles cuando esperamos ese mismo apoyo y cada vez que nuestras preocupaciones como mujeres son descalificadas como asuntos personales y no materia revolucionaria. Pero si vemos bien, en todos esos momentos y experiencias opresivas, los hombres también van creando un sistema que les abusa, que les niega un humanismo más amplio, que les tiene con pocas posibilidades de sentirse liberados de la culpa, la verguenza y la impotencia que sienten en muchos de esos instantes.

Hooks resume bien esa “doble necesidad” de apoyar a los hombres a sanarse ellos mismos y al mismo tiempo de los hombres de tomar responsabilidad por sus actos hacia las mujeres.

“Los hombres sí oprimen a las mujeres. Las personas son lastimadas por los patrones rígidos de los papeles machistas. Las dos realidades co-existen. La opresión de las mujeres a manos de los hombres no se puede perdonar por el hecho que también los hombres son lastimados por los papeles machistas rígidos. L@s activistas feministas deben de reconocer ese dolor y trabajar para cambiarlo –sí existe. Esto no borra o disminuye la responsabilidad de los hombres en apoyar y perpetuar su poder bajo el patriarcado para explotar y oprimir a las mujeres de una forma mucho más grave que el estrés psicológico y dolor emocional profundos causados en los hombres por conformarse con los patrones rígidos de los papeles machistas.”

Hay mucho que preguntarnos y mucho que compartir. A nuestros compañeros hombres, quisiera preguntarles si se sienten bien con el papel rígido que les ha dado el patriarcado. Hay que identificar con ellos como el patriarcado también les ha robado el derecho de sentir, de ser humanos completos. Hay que ver como los ha dañado desde la niñez –esas experiencias formativas que les educaron a no poder tener relaciones de inter-dependencia (en lugar de dependencia) emocional, a no poder admitir su debilidad, a no poder valorar a las mujeres como más allá de objetos que deben de en todo momento saber llenar sus necesidades físicas y emocionales. Esas experiencias no solamente han cortado su capacidad de relacionarse sanamente con mujeres si no también con otros hombres. Hay que identificar por qué es tan difícil cambiar – ¿cuales son de un lado los privilegios que el machismo les ofrece y del otro lado como les castigan el sistema, otros hombres y también mujeres patriarcales cuando ellos quieren cambiar su forma de ser?

Según Hooks, “la violencia es una socialización de los niños y hombres jóvenes. La manera en la cual ’convertimos niños a hombres’ es a través de los golpes... Los distanciamos de sus sentimientos, su sensibilidad hacia los demás. Al decirles ’aguántate como los hombres’ les forzamos a no sentir y seguir adelante.”

El capitalismo, del cual el patriarcado es un pilar clave, nos ha moldado a ser seres incompletos –hombres y mujeres. En lugar de dejarnos desarrollarnos como personas íntegras con una gama completa de las fuerzas y capacidades necesarias para ser sanos y formar relaciones sanas e inopresivas, esas fuerzas y capacidades han sido divididas por la línea de género. Las que son vinculadas con la masculinidad (ser “racionales”, ser “independientes”, no demostrar sentimientos, etc...) son generalmente consideradas como señas de fuerza. Las que vinculamos con la feminidad (demostrar sentimientos, cuidar a los demás, pedir apoyo sentimental, ser leales) son pintadas como señas de debilidad. Los niños son enseñados a ser “fuertes a pesar de todo” y “emocionalmente independientes”. La agresión y el enojo son en esencia los únicos sentimientos que se les permite expresar sin sentirse vergonzosos. Las niñas son enseñadas a creer que tienen una “naturaleza débil”, que necesitan a hombres para darles fuerza y que siempre tienen que apoyar a los demás.

De un lado, nos modelan a buscar nuestro “complemento” (por ejemplo en las relaciones heterosexuales) –la persona que llenará esas partes ausentes o reprimidas de nuestras propias habilidades. Del otro lado, tenemos reacciones profundas de miedo o agresión en contra de esos mismos elementos, reconociendolos como indeseables. En estas necesidades, debilidades y socialización vive el machismo que toma forma en comentarios ofensivos, falta de acercamiento emocional, reducción del valor de personas a placeres y abuso de muchos tipos.

Hooks también habla de la dinámica profundamente psicológica y cotidiana de este sistema opresivo: “Subrayando el patriarcado psicológico, vemos que todos son implicados y nos liberamos de la percepción falsa que los hombres son el enemigo. Para acabar con el patriarcado tenemos que desafiar sus manifestaciones concretas y psicológicas en la vida cotidiana. Hay gente que es capacez de criticar el patriarcado pero incapaz de actuar de una forma antipatriarcal.”

Esto que llama ella “patriarcado psicológico” es sumamente importante. Hasta en nuestros movimientos, muchas veces no reconocemos más que las formas “visiblemente violentas” del machismo. Es decir, se nos hace más fácil denunciar violaciones y ataques físicos (aunque igual éstas muchas veces occuren entre compañeros sin ser denunciadas) que las manifestaciones más “sutiles” de la violencia cotidiana en los espacios políticos y tambien entre compañeros de lucha en sus vidas “personales” donde el daño del machismo quizá es lo más pronunciado. El campo de lo “personal” se vuelve un terreno casi intocable y esto se justifica diciendo que la vida o decisiones personales más bien tienen que ver con gustos personales, formas de ser, sentimientos y no tanto con consecuencia, responsabilidad y ser anti-sexista. Al mismo tiempo, suele suceder que los niños y luego hombres también sufren las consecuencias más graves del machismo en sus vidas personales – desde la infancia hasta los fracasos en relaciones personales años después. Pero por los mismos privilegios que el patriarcado se les ofrece, responden a las demandas de cambio por parte de las compañeras con una resistencia terca que se expresa en diferentes formas: negar, ser defensivos, reír, ignorar, callarse, gritar, acusaciones de ser víctimas o hístericas y hasta ser físicamente abusivos. Lo que pocas veces logramos es un nivel de diálogo abierto en el cual se reconozca que ambas partes, mujeres y hombres, tienen mucho que ganar si las actitudes y los comportamientos –la “psicología” machista se pueda superar. Y como compañer@s de lucha, más aún, la posibilidad de un movimiento realmente revolucionario y libertario.

Por esto, en lugar de ver la necesidad de las compañeras de hablar del machismo como un ataque personal, ¿por qué no verlo como una oportunidad de hablar de nuestro dolor colectivo? ¿Por qué no invitar a ese diálogo como un proyecto común que nos dará las herramientas para mejorarnos como seres humanos y como movimiento? Hablemos de como podríamos ser más fuertes si las mujeres también pudieran tener el poder que les coresponde. Hablemos de como podrían estos cambios también ayudar a los compañeros a tener más conocimiento y ser más capaces. Hablemos de un cambio, desde ahora, desde nosotras y nosotros, desde nuestros espacios de trabajo, de lucha, de convivencia, desde nuestras casas, nuestras relaciones, nuestros cuerpos y corazones.

Mandeep Dhillon (activista radicada en Ciudad de México)

 

 

 

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